Fecha: junio de 2016
Protagonista: Héctor
Requisistos de lectura:
Mientras el sol se pone
Fecha: junio de 2016
Protagonista: Héctor
Requisistos de lectura:
Mientras el sol se pone
Regreso al mundo real y enseguida comprendo que, simplemente, acabo de volver a soñar con Amalia.
Lo primero que hago es tantear con la mano hasta alcanzar el móvil, que reposa sobre la mesita. Detecto al instante la notificación de WhatsApp y deslizo hacia abajo sólo para comprobar que…
¡Sorpresa! No es ella.
Sonrío en el acto, divertido con la situación. ¿Cómo puedo estar tan pillado de alguien a quien apenas conozco? Mi mente viaja a esa avenida de locura, repleta de vehículos y gentes que parecieron dejar de existir en el preciso segundo en que bajé de mi Megane y la vi.
—¿Amalia? –pronunciaron mis labios.
Lo supe inmediatamente. Ni siquiera podría explicarlo. Es algo extraño y confuso, aunque mágico como pocas veces haya sentido. Nunca me planteé que eso del amor a primera vista pudiera ser real, aunque tampoco lo descartara. En esta vida loca, no existe mayor error que afirmar la imposibilidad de algo, pero desde luego a mí no me había sucedido. Tampoco es que esté seguro respecto a si tal denominación es correcta. En esencia, hablo de una conexión inmediata, de la intuición acerca de que, esa persona que tienes enfrente, no será alguien con quien simplemente compartirás un instante y después pasará al olvido.
Ciertos lloriqueos interrumpen mi ensoñación, me llevan al momento presente.
—¡Vale, vale! Ya me levanto, pequeña. Sólo ha sido una siestecita.
Cala, que es de todo menos pequeña, mi mastín y más o menos reciente compañera de este viaje que es la vida, protesta tras haberse percatado de mi despertar y mi seguida inactividad.
—Te gustaría –le digo, cuando ya me he puesto en pie y ella me lame las manos.
La mimo un momento y, cuando paro, protesta. Para ella nunca es suficiente.
A continuación, salgo al salón con Cala pisándome los talones. Procedo a preparar café en automático porque, sin remedio, mi mente vuelve a trasladarse donde quiera que esté Amalia, así como a ese primer trayecto en su compañía hacia este oasis, hacia San Lucas. Ella, tan hermética, sentada atrás, y mi mirada buscando la suya en el espejo retrovisor. Incluso logré que me devolviera una sonrisa. Si hubiera sabido que semejante enigma iba a viajar en mi coche, jamás habría aceptado la reserva de Beatriz, aquella mujer la cual contactó igualmente conmigo desde Blablacar. ¿Y si no hubiera tenido una segunda oportunidad?
—Amalia –la llamé una vez más, cuando llegamos a nuestro destino y ella se alejaba—. Volverás por aquí. Recuerda, este lugar te atrapa.
—Ya veremos –respondió, antes se seguir su camino y desaparecer del mío.
También supe aquello. Supe que volvería a verla. No creo en nada y a la vez en todo. Supongo que, en la vida, y en la capacidad que ésta tiene a veces de convertir meras casualidades en mundos por descubrir. Yo quería explorar el que se encontraba en sus ojos. Fantaseaba con volver a encontrarnos, tanto como ahora lo hago con que se trate de ella cuando mi móvil vibra sobre la encimera.
<<Nada. Sigue sin serlo.>>
—Me estoy volviendo loco, ¿sabes? –comento entre risas a Cala, que, lejos de entenderme, se limita a ladear la cabeza para mostrar su total falta de entendimiento.
Y ahora sí, cojo mi café y voy al balcón, desde donde contemplo un sol radiante brillando sobre el mar, en esa única franja del mismo que queda visible desde aquí, entre las otras viviendas. En este remanso de paz, la calma incluso se respira. Y lo hago, respiro su aroma mezclado con el olor a café. Cala se echa a mi lado, saboreo unos instantes de esa misma tranquilidad que logra inundarme de vida.
Parece que fue ayer cuando llegué y, al mismo tiempo, es como si nunca hubiera estado en otro lugar. Lo curioso es que realmente no hace ni un año. Recuerdo perfectamente esa noche en que comprobé los listados de las opos. La verdad es que me apetecía algo bien distinto. Me crie en un pueblo muy pequeño del norte, el cual ni siquiera se encontraba lo bastante lejos de la ciudad más próxima como para que tuviera que mudarme a ésta con la idea de asistir a la universidad. Quería un contraste mayor, tal vez una urbe colosal donde perderme, donde no parar de encontrar nuevos rincones.
<<Sin embargo vine aquí.>>
Me dije que no estaría mal. Al fin y al cabo, la experiencia me ha enseñado que las cosas tienden a suceder por algo. Suponía un cambio y eso me hacía feliz, antes incluso de teclear San Lucas en el buscador del móvil y ver con mis propios ojos algunas de sus playas y calas. Lo que no atisbé siquiera es la auténtica magia que me esperaba, dado que esas meras imágenes fueron incapaces de hacer justifica a una realidad que parece fantasía.
—Y ahí entraste tú en juego, pequeña .—Estiro el brazo para acariciar a Cala entre las orejas, aunque se ha quedado medio dormida y ni se inmuta.
Comenzó una nueva etapa y la experiencia ha sido enormemente satisfactoria. Descubrí un lugar donde, sobre todo, pasar tiempo conmigo mismo, y dudo hubiera dado con otro tan idóneo para tal fin. El ambiente es perfecto, y los atardeceres… absolutamente indescriptibles. Me pregunto si ella, si Amalia, sabría contemplar esa belleza del mismo modo que lo hago yo. Puede parecer sencillo, una tontería. Sin embargo, me sorprende que, en la mayoría de ocasiones, las personas deambulan por este hermoso mundo en el que vivimos sin ver de veras las maravillas que nos rodean, que tienen lugar cada día y que son capaces de contagiarte toda su belleza.
—Seguro que sí –comento a la nada, con esa misma sonrisa de antes instalada en mis labios.
No sé por qué. Pero lo sé. Lo tuve claro durante ese primer día en que apenas pudimos intercambiar palabra. Más en el segundo. No podía creerlo cuando, nuevamente, encontré en la pantalla de mi móvil una notificación de Blablacar, que indicaba la reserva de una plaza en mi coche por parte de Amalia. La verdad es que desde que me mudé a la zona, entre el alquiler y el dinero que envío a casa —para echar una mano a mamá cada mes—, he andado bastante justo y, aunque no es algo que me quitase el sueño, ahora entiendo que no podía haberme venido mejor. De lo contrario, no habría optado por el uso de la app y ella nunca habría aparecido.
<<Tal vez sea el destino.>>
Concepto que, sin ser ningún adepto, me niego a descartar, igual que con todo en general. Quizá el mío fuera encontrarla, y el suyo encontrarme a mí. Quizá sólo se trate de la más simple y llana de las casualidades. ¡Quién sabe! Ese es el misterio de las cosas, y ahí mismo reside la magia.
Por tercera vez, mi móvil vibra y lo cojo para comprobar de qué se trata. Y, por tercera vez, sigue sin ser un mensaje de Amalia, sino de María. Eso me lleva a plantearme que, precisamente, fue estando todavía junto a ésta última cuando recibí la petición de Amalia respecto a repetir viaje conmigo a San Lucas. La misma María que conocí hará un par de meses, durante una de las formaciones docentes que tienen lugar en la ciudad y a las que estoy obligado a asistir.
—Perdona –me habló cuando salíamos del centro—, ¿no nos hemos visto antes?
Y lo cierto es que no.
Nunca nos habíamos visto, debió ser sólo una excusa para iniciar una conversación conmigo. María, sin ser ninguna diosa, tenía una sonrisa amplia y encantadora. Sobre todo, me gustó que tomara de aquel modo la iniciativa. Tampoco se achantó un pelo cuando me invitó a tomar una cerveza.
—Salgo de ahí dentro con la cabeza como un bombo. Necesito beber algo –aclaró.
La verdad que no conectamos mal, y fue precisamente por ello que la cosa no quedó sólo en esa cerveza. Desde entonces, nos hemos visto de cuando en cuando. Disfrutaba de su compañía. Su visión con respecto a la docencia no distaba mucho de la mía, éramos capaces de pasar las horas hablando sobre el tema, sobre lo que teníamos preparado para nuestros peques y lo mucho que nos gustaría abarcar más. También había cierta química, sí. Lo pasábamos bien y…
No sentí lo que esperaba, sin embargo.
Ya me había sucedido antes. No busco una noche y loca y fuera. Tampoco al amor de mi vida. Simplemente fluyo y, en mi caso, ninguna historia ha sido capaz de atraparme. El problema llegó cuando María sospechó esto. Comenzó a caminar unos cuantos pasos por delante, a reclamar una atención que yo era incapaz de brindarle.
Estamos en puntos diferentes, le escribí, mientras dejaba claro que quizá no fuera buena idea seguir viéndonos.
Mentiría si negase que, Amalia, tuvo mucho que ver. De hecho, fue después de su compañía que terminé de tomar la decisión. Es extraño y prematuro cuanto menos. Pero estoy convencido de que ninguna chica me había llamado la atención del modo en que ella lo hace. Quizá con María, si la cosa hubiera ido más despacio… quién sabe. La cuestión es que a lo mejor con Amalia no me quedaría rezagado, sino que sería yo quien se adelantara sin darse cuenta. Ella es como un acertijo, y todo tu cuerpo te invita a tratar de resolverlo. Ejerce una atracción distinta, que nunca había experimentado antes.
Ahora, el asunto es que María intenta arreglar algo que ya no está. Se me parte el corazón cuando lo pienso. Sólo espero que pronto asimile la situación y comprenda que las cosas son como son. Quiere que vuelva a explicarle mis motivos, pero la última vez mis reiteradas declaraciones sólo lograron ponerla más nerviosa. Me siento un tanto abrumado y decido ser precavido. Probablemente lo deje estar. Quiero hacer las cosas bien, pero no estoy seguro de cuál es la forma de proceder más correcta. Tal vez nos venga bien un espacio, aunque me preocupa la idea de que haga alguna tontería, como plantarse en el cole donde trabajo o en casa.
<<Pobre… —me digo, consternado porque estas cosas resulten tan amargas.>>
Y así, entre pensamientos y más pensamientos que finalmente regresan a Amalia, el café se acaba y el cuerpo me pide una ducha. Por ello me pongo en pie, llevo la taza al fregadero y me meto en el baño. Enseguida el agua fluye por mi cuerpo, mientras mi mente vuela a ese segundo viaje en compañía de la chica más extravagante que haya conocido. Río como un loco al recordar que tiene seis gatos, ¡ni más ni menos! Menuda fauna montaríamos juntos. También reflexiono acerca de aquella actitud que me cuesta horrores interpretar. Una parte de mí, puede que ingenua, pensó incluso que lo mismo una de las motivaciones principales de aquel viaje fuese hacerlo a mi lado. Aunque supongo que debe tratarse de una ridícula fantasía. ¿Acaso alguien haría algo así? ¿Reservaría una persona una plaza en el coche de otra sólo para viajar con ella?
Lo curioso es que, cuando pienso que no es otra que Amalia el foco de la cuestión, todo me parece posible.
Desde luego sí accedió a tomar un café conmigo. Es más, ¡fue ella misma quien lo propuso! Paramos en mitad de la nada y ahí estábamos los dos, charlando como viejos amigos.
—Entonces qué, Amalia. ¿Qué más cosas curiosas guardas bajo la manga? –recuerdo, más o menos, haberle preguntado.
—No hay mucho más. Lo típico –respondió.
—Lo dudo –me mofé yo.
<<Esa chica es de todo menos típica.>>
Hablamos principalmente acerca de nuestros trabajos. Se dedica a diseñar páginas webs desde casa. No es que me contara nada sorprendente, sólo que sus movimientos, su actitud y sus reservas resultan embriagadoras. En su mirada adivino una mezcla entre fortaleza y vulnerabilidad, que no creía posible a tal nivel en ningún ser humano. Posee una sensibilidad especial, lo sé. Metería la mano en el fuego respecto a que, sus ojos, contemplarían la magia que ven los míos en el cielo, en el mar y en la arena.
Estoy atrapado, necesito descubrir mucho más de ella y ni siquiera sé si se decidirá finalmente a escribirme.
—Lo hará –me digo, convencido.
Me seco con la toalla, voy al dormitorio y me visto. En un rato iré con Cala a la playa, a pasear y a ver la puesta de sol. Es temprano, de manera que decido coger la guitarra y regresar al balcón. Me gusta tocar, cantar. Mi pequeña se echa a mi lado, me observa.
—Voy a ver si me encuentro dentro mi piel… —comienzo a interpretar, tras haber tocado los primeros acordes.
El tema, En mi nube azul, no ha sido una decisión consciente. Sencillamente mis manos se movieron por sí solas, y sigo en automático hasta alcanzar el estribillo.
—¡Que estoy bien aquí, en mi nube azul¡ ¡Todo es, como yo lo he inventado! –me vengo arriba—. ¡Y la realidad, trozos de cristal, que al final, hay que pasar descalzo!
Arpegio la melodía y sigo hasta regresar a la estrofa. Casi hasta logro olvidarme un poco de Amalia. Canto el primer verso y…
Mi móvil vibra de nuevo.
<<Increíble –pienso, atónito a causa de la activación que experimenta mi cuerpo.>>
Interrumpo mis manos y mi voz, retorna el silencio. Divertido, alcanzo el móvil para comprobar…
<<ES ELLA.>>
Amalia me ha escrito. Parpadeo varias veces sólo para asegurarme de que está ocurriendo de verdad. Sabía que lo haría, sabía que terminaría acordándose de mí. Sin embargo, ahora, me cuesta asimilarlo. Me obligo a reaccionar, accedo a la conversación. Estoy a punto de escribirle, pero me decanto por una nota de voz.
—Buenas, Amalia. ¡Qué tal! –la saludo, con el corazón acelerado y una irremediable sonrisa que doblega mis labios.
Intento pensar qué escribir a continuación, me demoro unos segundos y…
—¿Héctor?
Definitivamente debo haber perdido la cabeza. ¿En serio acabo de escuchar su voz? Mi mirada busca la de Cala, que contempla el muro que separa este balcón del siguiente, con las orejas inclinadas hacia allí. Ella también lo ha oído, tiene que ser real.
Con el corazón a mil por hora, me levanto de la silla y me acerco.
—¡Venga ya! –exclamo, cuando el rostro de Amalia se asoma, cerca del mío.
Me echo a reír, ella se contagia. Permanecemos así unos instantes. La sensación que me invade es indescriptible. Sin duda la realidad supera a la ficción.
Le pregunto si se encuentra en casa de uno de esos amigos que afirmó venir a ver a San Lucas.
—En realidad, esta es mi casa –responde ella, dejándome más boquiabierto si cabe.
<<¿Somos vecinos?>>
Me pone al día mientras hago tremendos esfuerzos por prestar atención a su relato, hipnotizado como estoy. Nos apoyamos en nuestras barandillas. Todavía no logro que la activación se reduzca y estamos muy cerca. Es tan fantasioso y tan increíble.
—Qué casualidad –comento, en cuanto acaba de hablar—. ¿Te das cuenta?
—¿De qué?
—Es destino no deja de juntarnos –suelto, acompañando a mis palabras de una automática risita de enamorado—. Yo sólo digo eso.
—Qué idiota –dice, por toda respuesta.
Sin embargo, sus mejillas se colorean e, instantes después, se retoca el pelo con un rápido y disimulado movimiento de su pequeña mano.
<<Sí, es el destino. Ahora lo sé.>>
Imposible explicarlo con palabras. Simplemente lo sé.
—En fin. ¿Qué ibas a decirme? –le pregunto. Amalia pone cara de no entender nada—. El motivo por el que me has escrito, me refiero. Lo digo porque si te apetece pasar el rato iba a ir a dar una vuelta por el parque natural con Cala.
La expresión de la chica de los seis gatos se muestra alarmada, como si le hubiera propuesto que me acompañe a un atraco. Me contagio de su miedo, aunque el mío me hace estremecer frente a una rotunda negativa. La idea acaba de ocurrírseme y, aun así, me hace tanta ilusión llevarla a allí, conocerla más a fondo…
—Sí, vale… La verdad es que no tengo nada mejor que hacer –responde, desinteresadamente.
Pero para mí equivale a cohetes y confeti.
Sugiero vernos en la calle dentro de veinte minutos. Rompo la conexión visual sólo porque voy a volver a verla enseguida. Accedo adentro, al salón. Cala, que había estado observando hasta este momento, se levanta para seguirme.
—¡Ha dicho que sí! ¡Ha dicho que sí! –exclamo, aunque no muy fuerte por si me oye.
Cojo a Cala de las patas delanteras, la obligo a ponerse en pie y bailamos animadamente. La pobre abre mucho los ojos y adopta una absoluta expresión de desconcierto.
Mientras recojo la guitarra, me lavo los dientes y demás, pienso acerca de ese destino, de la vida y de todo lo que está por venir. Esa sensación que me invadió desde el primer momento me inunda otra vez. La misma que me lleva a adivinar con total certeza que Amalia no se cruzó en mi camino por casualidad. Nos imagino sentados en aquella roca que me gusta, desde la que contemplo el cielo al atardecer.
La imagino a ella a mi lado…
<<… mientras el sol se pone.>>